

Tras los cristales de la pequeña cocina de Arima nos saluda Rodri. Esa sonrisa curiosa y divertida nos adelanta el buen rollo de nuestra conversación posterior. Sentados junto a la barra empezamos a entender poco a poco los platos que vamos probando. Saboreamos sus viajes, su espíritu aventurero y su personalidad sencilla mientras hablamos de producto y de orígenes.
Encargado (y encantado) de dar forma a los productos escogidos por Nagore, ha empujado durante los últimos meses los fogones del restaurante. Tras diversos proyectos personales muy variados retorna a sus orígenes honrando a su tierra y a su preciosa ciudad, Donostia.
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Nagore y Rodri. Una croqueta y un beso: el tándem perfecto.
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Nos vamos, pero volveremos a vernos, y la próxima vez, más cerca de vosotros.
Nagore nos recibe con una sonrisa y tras un cálido primer saludo, tomamos asiento en una de las desnudas mesas de su acogedor local de la calle Ponzano.
Nos habla de su origen, de sus raíces, y pronto, sus ojos iluminados empiezan a transmitir la esencia de Arima, alma en euskera.
Hablamos de Euskadi, de sus mares y tierras; del pescado, el marisco y la huerta.
A lo largo de la conversación no podemos evitar reparar en el cuadro que preside la sala. Joxefa, abuela de su abuelo, su homenaje a la mujer, a la figura de la matriarca y a todo lo que ellas representan.
Su manera más personal de agradecer un trabajo que durante generaciones ha permanecido en la sombra y debe ser visible.
Nos acerca a su historia, entendemos sus valores a través de sus platos y comprendemos la verdadera intención de su trabajo.
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